miércoles, 18 de marzo de 2009

L*os viej*s quieren vivir y l*s jóvenes no quieren crecer


Cecilia Condit, en Not a Jealous Bone, de 1987, se inventa un cuentro de hadas gótico sobre el envejecimiento, la decadencia física y la muerte; nuestra heroína, Sophie, que tiene ochenta y tantos años se encuentra un hueso mágico que contiene el secreto de la juventud. "L*os viej*s quieren vivir y l*s jóvenes no quieren crecer", nos dice el video, probablemente la idea más benigna que comunica, mientras que Condit manipula magistralmente la respuesta de los jóvenes frente al proceso de envejecimiento y decadencia física: la negación de la misma, lo que significa la resistencia a admitir de forma consciente el hecho ineludible que estar viv* es una marcha inexorable hacia la muerte.
Condit utiliza la cámara para hacer inventario del cuerpo de Sofía, envejecido y con las carnes flojas, realizando tomas de la carne marchita, de las tiritas en los callos, y de los dientes que unas veces sonríen desde un espejo y otras hacen ruído al comer justo enfrente del objetivo de la cámara. De forma paralela, la banda sonora está compuestsa de caciones de cuna burlonas, que tratan sobre las afrentas que comporta el envejecimiento de la carne y cuyas infantiles cadencias sólo sirven para magnificar la crueldad de las letras.
El vídeo se sitúa en una posición estratégica sorprendente, poco "política" y maleducada respecto al proceso de envejecimiento, sorprendente porque se niega a ofrecernos un discurso velado por la educación y la sentimentalidad al que generalmente estamos acostumbrad*s en las discusiones públicas sobre el proceso de envejecimiento, y cuyo propósito es enmascarar el miedo y la repulsión con la que se habla de este tema, por lo menos en nuestra cultura.
Después de confrontarnos con la inevitable materialidad del cuerpo, de nuestros cuerpos, Condit convierte el horror del envejecimiento en el de la infancia perdida. Sophie no sólo busca la juventud perdida sino también a su madre, a la cual todavía echa de menos a pesar de que su propia muerte también se acerca. Condit nos dice que incluso cuando tengamos ochenta y cinco años, incluso en nuestro lecho de muerte, todavía estaremos deseando y nunca encontraremos, la plenitud maternal.

Laura Kipnis

Hasta la mujer más vieja del mundo siente deseo.

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