lunes, 31 de agosto de 2009
!Abuelaza!
Soy vieja y tengo un coño sin pelos. Creía que esto no llegaría nunca, siempre había otras y otros mayores que yo, con más canas, con menos pelos, con más arrugas, con menos aliento. Ahora no conozco a nadie más viej* que yo, de manera que ha llegado lo implacable y soy jodidamente vieja.
De jovencita creía que las abuelitas se lo pasaban bomba haciendo ganchillo, cocinando para toda la familia y viendo crecer a los nietos. Y una mierda. Nunca me han gustado “las labores del hogar”, menos ahora, que mis manos son más torpes y tengo menos paciencia. Cuando cocino me canso de estar de pie y me abruman las muchedumbres y tener la casa llena. Los nietos son majísimos. Un ratito, cuando juegan y ríen y te dan un beso y te abrazan y te dicen yaya. Después son un coñazo insoportable y odio cuando me los dejan todo el día y hay que seguir con la rutina pero aderezada de llantos, quejidos y gritos.
Lo que nadie me dijo nunca ni oí en la tele ni leí en ningún sitio era que si te gustaba follar de joven te seguía apeteciendo de vieja. ¡Y vaya si apetece! Mis carnes fláccidas y caídas parecen guardar almacenadas en las células de su reseca piel todas las caricias, pellizcos, apretujones, palmaditas y carantoñas que recibieron años antes y a veces me paso horas sentada en la mecedora, con los ojos entrecerrados, recordando cada una de ellas. Mis hijos creen que estoy dando una laaarga cabezadita. Ingenuos. Y el clítoris, joder, ¡lo tengo enorme! Parece como si todo lo que en otras partes de mi cuerpo está reseco se hubiera juntado ahí, parece un lichi de esos que compra mi hija la mayor por Navidad, de los peladitos, ¿eh?
Por la mañana me quedo un rato más en la cama y me lo toco con dos dedos untados en saliva y recuerdo lo mucho que le gustaba a Paco, que decía que nunca había visto algo tan bonito, las cosas que le hacía Ramón, o cómo le placía lamerlo a Jose María, chupetearlo a Íñigo, darle palmaditas a Carlos, y sumergir toda la cabeza en mi coño a Xavi el de Granollers, a Tomás, a Alejandro, a Manuel Cayetano, el banderillero, a Mateo, Luis, Toni, Christian, el inglés ése que vino de vacaciones un año al pueblo, a Maria, a… se me olvidan los nombres. ¡Pero es más porque fueron much*s que por la edad, eh! Y mi pobre Nicolás, en paz descanse, que siempre creyó que él fue el único! ¡Pobre angelito! Aunque no le negaré que por un tiempo fue el primero.
Aunque a veces con los recuerdos no basta y se me despierta un hambre muy honda, así como de pozo sin fondo, hambre de piel y carne y calor humano ye n el mercado me descubro en la cola de la frutería rozando a escondidas otros cuerpos, así, indiscriminadamente. Siempre fui muy generosa para el amor y no sé si me gustaba más dar o recibir. Ahora robo caricias furtivas y disimuladas entre bolsas de la compra y pagos de tomates que se alargan en las manos hasta que se deshacen por su propio peso, como fruta madura. Porque así me siento yo, fruta madura a punto de ser recogida, ¡para nada algo pasado, reseco o marchito! ¡Ay, si los hombres de mi edad no fueran tan sosos, lo que yo aún puedo hacer y haría! ¡Abuelita, dicen! ¡Abuelaza!
De jovencita creía que las abuelitas se lo pasaban bomba haciendo ganchillo, cocinando para toda la familia y viendo crecer a los nietos. Y una mierda. Nunca me han gustado “las labores del hogar”, menos ahora, que mis manos son más torpes y tengo menos paciencia. Cuando cocino me canso de estar de pie y me abruman las muchedumbres y tener la casa llena. Los nietos son majísimos. Un ratito, cuando juegan y ríen y te dan un beso y te abrazan y te dicen yaya. Después son un coñazo insoportable y odio cuando me los dejan todo el día y hay que seguir con la rutina pero aderezada de llantos, quejidos y gritos.
Lo que nadie me dijo nunca ni oí en la tele ni leí en ningún sitio era que si te gustaba follar de joven te seguía apeteciendo de vieja. ¡Y vaya si apetece! Mis carnes fláccidas y caídas parecen guardar almacenadas en las células de su reseca piel todas las caricias, pellizcos, apretujones, palmaditas y carantoñas que recibieron años antes y a veces me paso horas sentada en la mecedora, con los ojos entrecerrados, recordando cada una de ellas. Mis hijos creen que estoy dando una laaarga cabezadita. Ingenuos. Y el clítoris, joder, ¡lo tengo enorme! Parece como si todo lo que en otras partes de mi cuerpo está reseco se hubiera juntado ahí, parece un lichi de esos que compra mi hija la mayor por Navidad, de los peladitos, ¿eh?
Por la mañana me quedo un rato más en la cama y me lo toco con dos dedos untados en saliva y recuerdo lo mucho que le gustaba a Paco, que decía que nunca había visto algo tan bonito, las cosas que le hacía Ramón, o cómo le placía lamerlo a Jose María, chupetearlo a Íñigo, darle palmaditas a Carlos, y sumergir toda la cabeza en mi coño a Xavi el de Granollers, a Tomás, a Alejandro, a Manuel Cayetano, el banderillero, a Mateo, Luis, Toni, Christian, el inglés ése que vino de vacaciones un año al pueblo, a Maria, a… se me olvidan los nombres. ¡Pero es más porque fueron much*s que por la edad, eh! Y mi pobre Nicolás, en paz descanse, que siempre creyó que él fue el único! ¡Pobre angelito! Aunque no le negaré que por un tiempo fue el primero.
Aunque a veces con los recuerdos no basta y se me despierta un hambre muy honda, así como de pozo sin fondo, hambre de piel y carne y calor humano ye n el mercado me descubro en la cola de la frutería rozando a escondidas otros cuerpos, así, indiscriminadamente. Siempre fui muy generosa para el amor y no sé si me gustaba más dar o recibir. Ahora robo caricias furtivas y disimuladas entre bolsas de la compra y pagos de tomates que se alargan en las manos hasta que se deshacen por su propio peso, como fruta madura. Porque así me siento yo, fruta madura a punto de ser recogida, ¡para nada algo pasado, reseco o marchito! ¡Ay, si los hombres de mi edad no fueran tan sosos, lo que yo aún puedo hacer y haría! ¡Abuelita, dicen! ¡Abuelaza!
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